El impacto podría ser entre Florida y Nueva York o entre la India e Irán
Los científicos de la NASA están haciendo todo lo posible por determinar dónde impactará en los próximos días -probablemente el viernes- el satélite UARS, un artefacto de seis toneladas y del tamaño de un autobús que ahora mismo se precipita sin control contra la Tierra.
Si los cálculos apenas están equivocados, la diferencia del lugar de impacto podría ser tan amplia como la distancia entre Florida y Nueva York o entre la India e Irán. Localizar dónde y cuándo caerán estos desechos espaciales es una tarea imprecisa.
De momento, científicos rusos han sido los primeros en atreverse a aventurar un lugar. Según el Ministerio de Defensa ruso, el UARS caerá el viernes a las 22.05 (hora española) a 90 kilómetros al noroeste de Port Moresby (Papúa Nueva Guinea), en el Mar del Coral.
La NASA, de momento, no se ha pronunciado con tanta precisión, seguramente porque no quiere cometer errores. Los científicos de la agencia espacial norteamericana pronostican que el UARS (Satélite de Investigación de la Atmósfera Superior) caerá entre el jueves y el sábado, pero la zona de impacto abarca casi todo el planeta, todos los puntos entre las latitudes 57 grados norte y 57 grados sur. Desde Edmonton y Alberta, en Canadá, y Aberdeen, en Escocia, hasta el Cabo de Hornos, la punta más austral de América del Sur. Todos los continentes menos la Antártida están en el punto de mira.
El satélite de investigación lanzado hace 20 años se desintegrará en más de cien trozos al entrar en la atmósfera y, aunque la mayoría arderán como fuegos artificiales, los científicos calculan que 26 de los trozos metálicos más pesados impactarán contra la Tierra. En total, se calcula que caerán restos de 545 kilogramos y que los trozos mayores serán de titanio, acero inoxidable o berilio.Eso representa el 10% de la masa del satélite UARS, que tiene 10,7 metros de largo y 4,6 de diámetro. El trozo más grande pesa unos 136 kilogramos y los fragmentos podrían dispersarse en un área de 800 kilómetros de largo
Jonathan McDowell, investigador del Centro Harvard-Smithsonian de Astrofísica en Cambridge, Massachusetts, no está preocupado a pesar de encontrarse en la zona de posible impacto, junto con la mayoría de los 7.000 millones de habitantes del planeta. «Hay cosas pesadas que caen del cielo casi todos los años», comenta. Este año, por ejemplo, ya han caído dos etapas de cohetes rusos. En cuanto a la probabilidad de que le dé a alguien, «es muy escasa», dice McDowell. «Por eso no me pondré mi casco ni me esconderé debajo de una roca», bromea
Un planeta muy grande
UARS fue dado de baja en 2005, después de que la NASA redujera su órbita con el poco combustible que queda a bordo. La NASA no quería seguir más tiempo del necesario, por temor a un choque o la explosión de un tanque de combustible, accidentes que dejarían un montón de basura espacial. Teniendo en cuenta la velocidad orbital de la nave de 28.162 kilómetros por hora o 8 kilómetros por segundo, una predicción equivocada por unos pocos minutos puede significar 1.609 kilómetros de error. Si la caída ocurre en la oscuridad será visible y quien esté cerca «va a tener un buen espectáculo», dice el investigador Mark Matney, del Centro Espacial Johnson en Houston. Eso, si no se le viene encima.
No será necesario ponerse a cubierto. Las probabilidades que alguno de sus pedazos de UARS nos caiga en la cabeza es muy baja. Hasta donde se sabe, los desechos espaciales nunca han herido a nadie ni han causado daños materiales significativos. Eso se debe a que la mayoría de la superficie terrestre está cubierta por agua y hay vastas regiones que no están pobladas.
Si alguien se encuentra con lo que supone es la pieza de un satélite, no debe tocarlo. La NASA dice que aunque no contiene sustancias tóxicas, podría tener bordes afilados. Además, es propiedad del gobierno estadounidense, por lo que es ilegal conservarlo como recuerdo o venderlo por eBay. La agencia espacial aconseja que advierta del hallazgo a la policía.
Otros artefactos que se nos vinieron encima
En el pasado, cuando el UARS fue lanzado en 1991 para estudiar la capa de ozono, la NASA no siempre prestaba atención a que los satélites que enviaba al espacio podrían convertirse en un problema. Hoy en día, los satélites deben ser diseñados para que, cuando terminen su vida útil, se quemen en su reentrada en la atmósfera o tengan suficiente combustible para ser conducido a una tumba de agua. La Estación Espacial Internacional -la estructura artificial más grande en órbita de la Tierra- no es una excepción. La NASA tiene un plan para traerla de forma segura en algún momento después de 2020. La antigua estación MIR cayó en el Pacífico, en una reentrada controlada, en 2001. Pero uno de sus predecesores, el Salyut 7, cayó sin control en 1991. El caso más espectacular fue el Skylab, la antigua estación espacial de EE.UU. cuya inminente desaparición hace tres décadas alarmó a la gente alrededor del mundo y desencadenó un juego de adivinanzas acerca de dónde podría impactar. Al final terminó en el Océano Índico sin causar daños.