Lincoln: Spielberg presenta a un Abraham Lincoln interpretado magistralmente por Daniel Day-Lewis.
Como dijera el canciller alemán Otto von Bismark, “Las leyes son como las salchichas, es mejor no ver cómo se hacen”. La película Lincoln nos muestra justamente el sucio proceso por el que tienen que pasar los “embutidos” antes de llegar al plato. En este caso, la “salchicha” es la decimotercera enmienda a la Constitución de Estados Unidos, que aboliría la esclavitud. Las virtudes de tal legislación son incontestables en nuestros tiempos, pero en 1865 su aprobación parecía poco menos que un sueño de opio. Lincoln nos muestra las muy cuestionables maniobras que se tuvieron que realizar para alcanzarlo. La cinta no es una hagiografía del personaje histórico en su momento de mayor gloria, sino el retrato de un mandatario de gran destreza política cuya gran hazaña se dio, no en el campo de batalla, sino en los pasillos del Capitolio.
Sin embargo, Lincoln empieza con la Guerra Civil de EE. UU. Al igual que en Saving Private Ryan (Salvando al soldado Ryan) (1998), en cuya primera escena Steven Spielberg nos transportó al brutal desembarco en Normandía durante la Segunda Guerra Mundial, en Lincoln, nos lanza inmisericorde a otro terreno lodoso y sangriento. Pero la violencia gráfica queda allí. No es la batalla a campo abierto donde se desarrollará la trama, sino en Washington.
Son los primeros días de 1865 y el decimosexto presidente del país, Abraham Lincoln (brillantemente interpretado por el inglés, Daniel-Day Lewis), enfrenta un grave dilema. La guerra ha entrado en su cuatro año y aunque se avizora la victoria de la Unión, la abolición de la esclavitud solo podrá consolidarse si es aprobada en el Congreso. Lincoln, abogado de profesión, conoce los intrincados caminos de la ley mejor que nadie. Los esclavos liberados en diez estados de la Confederación durante la Proclama de Emancipación (aprobada en 1863), fueron “confiscados” como propiedad, un acto válido solo en tiempos de guerra. Lincoln temía que los términos de la paz permitirían la reinstauración de la esclavitud. Así, el mandatario se ve forzado a emprender una carrera contrarreloj para lograr que la Cámara Baja aprobara la enmienda a la constitución que prohibiera la servidumbre involuntaria antes de que se firmara la paz