Jorge Ramos: Las mejores lecciones periodísticas las aprendí haciendo calle
Treinta años lo siento Gardel son muchos, particularmente cuando se pasan cubriendo noticias para la televisión. Acabo de cumplir tres décadas como conductor del Noticiero Univisión en Estados Unidos y mi primer pensamiento es de agradecimiento. El único sentido que tiene trabajar como periodista en la televisión es que la gente crea lo que dices y que vea lo que haces. Sin esos dos requisitos, ninguna carrera aguanta.
Cuando me escogieron como anchor del noticiero el 3 de noviembre de 1986 tenía apenas 28 años de edad. Y me trepé, literalmente, a la ola latina. En esos años había solo 15 millones de latinos. Hoy somos más de 55 millones. Antes, casi nadie nos hacía caso. En estos días nadie puede ganar una elección sin nuestros votos. La televisión en español en Estados Unidos pasó de ser una curiosidad mediática a convertirse en líder de audiencia en ciudades como Los Angeles, Miami, Chicago y Nueva York, entre muchas otras. Eso se llama surfear con la historia.
Me hubiera gustado quedarme a trabajar en el país donde nací. Pero no pude. El México de los años 1980 estaba lleno de censura y represión y calculé, correctamente, que tardaría mucho en llegar un cambio democrático. Eso me hizo un inmigrante. Llegué primero a Los Angeles y luego me asenté en Miami, donde nacieron mis hijos Nicolás y Paola. Ellos me enseñaron lo verdaderamente importante y la alegría de con-jugar siempre en presente.
Uno no escoge ser inmigrante; las circunstancias te obligan. Y dejarlo todo –casa, familia, amigos te marca para siempre. Temo, por ejemplo, volver a perderlo todo de un momento a otro. Aprendí a convivir con la nostalgia, extrañando olores y sabores, y me he pasado media vida buscando mi casa. Al final, Estados Unidos me dio generosamente las oportunidades que México no pudo. Hoy vivo con los brazos estirados agarrando a mis dos países, saltando continuamente la frontera con dos pasaportes y votando en dos lugares.
Este maravilloso oficio del periodismo ha sido mi boleto al mundo. Ser reportero me salvó de los nacionalismos. El planeta es nuestra sala de redacción. Una aerolínea dice que he volado más de dos millones de millas con ellos –y sospecho que millones más con otras y tengo una regla al empacar: nunca checo equipaje, solo llevo lo que va conmigo. Así me he ido de guerras y de turista. A pesar de todo, tengo una confesión: todavía me da miedo volar.
Me siento más a gusto pisando tierra. Mis mejores lecciones periodísticas las aprendí haciendo calle. Así aprendí a contar las historias de los invisibles, de los que no tienen voz, y a hacerle preguntas incómodas a quienes tienen el poder. No puedo decir que ha sido fácil. Pero duermo en paz todas las noches.
En la cadena Univisión encontré a mi familia adoptiva. ¿Quién tiene la suerte de trabajar felizmente durante más de tres décadas en el mismo lugar? Mis compañeros de Univisión, Fusion y yo sabemos que esta no es una ocupación para gente normal. Me he perdido muchos cumpleaños, aniversarios y fiestas. Pero a cambio he tenido muestras extraordinarias e irremplazables de cariño y solidaridad.
En estos 30 años he compartido el escritorio del Noticiero Univisión con Teresa Rodríguez, Andrea Kutyas y María Elena Salinas. Es toda una vida. Lo sé. Pero solo quiero que sepan que les agradezco su infinita paciencia. Gracias, de verdad, por aguantarme.
La televisión es el medio más artificial que existe. Por eso los que más éxito tienen en la TV son aquellos que pueden actuar con naturalidad frente a las cámaras. Sin embargo, quienes trabajamos en este medio a veces nos equivocamos y creemos que la televisión es lo más importante. No lo es. La vida real –esa que duele y se disfruta– no ocurre frente a una cámara. Y cuando eso se me olvida, repito mi mantra: It's only television.
Escogí bien. Mi papá quería que fuera abogado, doctor, ingeniero o arquitecto, como él. Cuando le conté que quería estudiar comunicación en la universidad, me dijo: “¿Y qué vas a hacer con eso?” No sé, le contesté. Pero no me quería pasar la vida haciendo algo que no me gustaba. Y así me lancé a esta aventura, admirando el trabajo de Elena Poniatowska y Oriana Fallaci.
Los actores pueden vivir muchas vidas a través de sus personajes. Los periodistas no. Solo tenemos una pero llena de intensidad. Hoy estoy seguro que no podría haber escogido una mejor manera de vivir estos últimos 30 años.