Michelle Bachelet y Evelyn Matthei se enfrentan en las urnas este domingo en Chile
Santiago de Chile,Viernes, Diciembre 13, 2013 .-Este proximo domingo Chile elegirá una nueva presidenta, ya sea la socialista Michelle Bachelet o Evelyn Matthei, de la Alianza de centroderecha, que sumará su nombre al de otras tres mujeres que gobiernan en América Latina: la brasileña Dilma Rouseff, la argentina Cristina Fernández y la costarricense Laura Chinchilla.
Será un hecho inédito: cuatro mandatarias de forma simultánea, pero cabe preguntarse si esta presencia femenina representa una nueva época de avanzada madurez política o es, por el momento, una fase camaleónica de la tradicional hegemonía masculina, en la forma de concesión táctica a una mujer cuando le viene bien al sistema.
Estamos, sin duda, en una etapa histórica de gran descrédito de los políticos tradicionales y en la imaginación popular no son mujeres sino hombres los responsables de los dislates que perjudican al público.
Si durante mucho tiempo se dio por sentado que el electorado femenino preferiría a un candidato varón y que el masculino rechazaría a una mujer, hoy las organizaciones políticas reconocen que una mujer puede tener mayor poder de captación de votos y menos resistencia que el hombre alfa típico.
De alguna manera, la participación de la mujer equivale a una renovación de la esperanza, el sentimiento más vigoroso en el plano electoral.
¿Pero es realmente diferente su aporte o se trata solamente de distinciones irrelevantes?
Las damas de hierro
Hasta hace relativamente poco, e incluso en las sociedades más democráticas, la madurez política aceptable de la mujer tipo, que pasaba buena parte del tiempo en su casa, se reducía a la acción benéfica o el debate en los salones.
Los políticos dominantes cedían a mujeres cuidadosamente seleccionadas algunos puestos acordes con sus "virtudes femeninas", pero sin poder real.
Cuando una mujer superaba ese obstáculo y alcanzaba un cargo de gran responsabilidad pública, debía ofrecer en forma deliberada una imagen de energía intransigente y hasta falta de escrúpulos para "compensar" las virtudes típicamente femeninas de solidaridad y compasión, que un sector considerable del electorado (incluso el femenino) consideraba muestras de debilidad.
Líderes de la estatura de Indira Gandhi, Golda Meir y Margaret Thatcher, "la Dama de Hierro", solían destacar la necesidad de mostrarse más enérgicas de lo que a veces consideraban prudente, para sofocar aquella desconfianza instintiva. Esto terminó por incorporarse definitivamente a su imagen personal.
Esa necesidad está desapareciendo y se multiplican los ejemplos de mujeres que facilitan la acción política, mientras sus colegas varones la entorpecen.
Ya es evidente que la mujer ha superado con creces la etapa de simple acceso al proceso público y tiene credibilidad electoral y margen de acción en el ámbito político, requisitos imprescindibles para ejercer el poder real.
Será un hecho inédito: cuatro mandatarias de forma simultánea, pero cabe preguntarse si esta presencia femenina representa una nueva época de avanzada madurez política o es, por el momento, una fase camaleónica de la tradicional hegemonía masculina, en la forma de concesión táctica a una mujer cuando le viene bien al sistema.
Estamos, sin duda, en una etapa histórica de gran descrédito de los políticos tradicionales y en la imaginación popular no son mujeres sino hombres los responsables de los dislates que perjudican al público.
Si durante mucho tiempo se dio por sentado que el electorado femenino preferiría a un candidato varón y que el masculino rechazaría a una mujer, hoy las organizaciones políticas reconocen que una mujer puede tener mayor poder de captación de votos y menos resistencia que el hombre alfa típico.
De alguna manera, la participación de la mujer equivale a una renovación de la esperanza, el sentimiento más vigoroso en el plano electoral.
¿Pero es realmente diferente su aporte o se trata solamente de distinciones irrelevantes?
Las damas de hierro
Hasta hace relativamente poco, e incluso en las sociedades más democráticas, la madurez política aceptable de la mujer tipo, que pasaba buena parte del tiempo en su casa, se reducía a la acción benéfica o el debate en los salones.
Los políticos dominantes cedían a mujeres cuidadosamente seleccionadas algunos puestos acordes con sus "virtudes femeninas", pero sin poder real.
Cuando una mujer superaba ese obstáculo y alcanzaba un cargo de gran responsabilidad pública, debía ofrecer en forma deliberada una imagen de energía intransigente y hasta falta de escrúpulos para "compensar" las virtudes típicamente femeninas de solidaridad y compasión, que un sector considerable del electorado (incluso el femenino) consideraba muestras de debilidad.
Líderes de la estatura de Indira Gandhi, Golda Meir y Margaret Thatcher, "la Dama de Hierro", solían destacar la necesidad de mostrarse más enérgicas de lo que a veces consideraban prudente, para sofocar aquella desconfianza instintiva. Esto terminó por incorporarse definitivamente a su imagen personal.
Esa necesidad está desapareciendo y se multiplican los ejemplos de mujeres que facilitan la acción política, mientras sus colegas varones la entorpecen.
Ya es evidente que la mujer ha superado con creces la etapa de simple acceso al proceso público y tiene credibilidad electoral y margen de acción en el ámbito político, requisitos imprescindibles para ejercer el poder real.