El Papa Francisco cumple este jueves 100 días de pontificado entre el entusiasmo popular por sus gestos de cercanía con la gente y la expectativa por las reformas que implementará para cambiar la estructura del Vaticano.
Ciudad del Vaticano - El Papa Francisco cumple este jueves 100 días de pontificado entre el entusiasmo popular por sus gestos de cercanía con la gente y la expectativa por las reformas que implementará para cambiar la estructura del Vaticano.
Este jueves Jorge Mario Bergoglio lo pasó como un día más de trabajo, durante el cual celebró la misa en la capilla de su residencia vaticana (la Casa Santa Marta) y recibió en audiencia a diversos grupos.
Desde su elección como líder máximo de la Iglesia Católica su ritmo ha sido extenuante. No se ha tomado vacaciones y todos los fines de semana ha presidido diversas ceremonias, desde misas hasta rosarios, todos masivos.
La principal característica de estos poco más de tres meses ha sido una espectacular revitalización de la asistencia a los eventos papales.
Mientras con Benedicto XVI durante el año las audiencias generales de los miércoles tenían un promedio de entre 30 y 50 mil asistentes, con el Papa Francisco esas cifras se han multiplicado.
Cada semana entre 90 y 100 mil personas asisten a las catequesis del Obispo de Roma. La capital italiana sufre constantemente el caos de tráfico producto de los ríos de personas que se dirigen hasta la Plaza de San Pedro.
El otro signo tangible del cambio de pontificado han sido los gestos del Papa "venido del fin del mundo", como él mismo se llamó aquel 13 de marzo, durante su primera aparición en público en el balcón central de la basílica vaticana.
Hombre práctico y de discurso sencillo, Bergoglio ha rechazado el automóvil oficial más lujoso, ha preferido no mudarse al apartamento pontificio en el Palacio Apostólico, ha mantenido sus zapatos negros cómodos traídos de Argentina y la cruz pectoral sencilla.
Sin intentar contraponerse a sus predecesores, ha elegido un estilo más sobrio en las formas; lo que ha mezclado con detalles concretos hacia los más necesitados.
Cada semana, antes de la audiencia, pasa hasta 45 minutos a bordo del papamóvil recorriendo la Plaza de San Pedro saludando a los fieles, que acuden en multitud.
En muchas oportunidades ha pedido que se frene el vehículo para besar a niños y bebés, abrazar a discapacitados y ancianos. Signos acogidos con gran entusiasmo por los fieles, que se han sentido acogidos e identificados.
Sus gestos han encontrado sustrato en sus palabras, incisivas y casi políticamente "incorrectas". Ha denunciado por igual la hipocresía en la Iglesia, la corrupción, la avaricia, la ambición, la falta de ética y el escándalo del hambre en el mundo.
La mayoría de estos mensajes los ha lanzado en los sermones de sus misas matutinas, celebradas en la capilla de Santa Marta ante grupos de no más de 100 personas que cambian cada día.
Sus reflexiones son preparadas (el Papa dedica dos horas diarias a meditar sobre la Biblila), pero no están escritas con anticipación; él las pronuncia libremente en "itañol", una mezcla poco pulida del español y el italiano.
No obstante su contenido se comprende y, a menudo, termina en los medios de comunicación. Llega incluso a establecer la agenda de la prensa.
"Todo lo que hemos vivido en estos meses no puede no propiciar muchas interrogantes, nos interroga a fondo sobre lo ocurrido", dijo un viejo amigo del Papa, Guzmán Carriquiry, secretario de la Pontificia Comisión para América Latina del Vaticano.
Durante la presentación del libro: "De Benedicto a Francisco. Los 30 días que cambiaron la Iglesia", en la sede de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz de Roma, aseguró que no se puede contraponer a los dos últimos papas.
Confesó su temor porque sea "obra del demonio, príncipe de la mentira y de la división" el concentrarse obsesivamente sobre las diferencias entre Joseph Ratzinger y Jorge Mario Bergoglio.
De la misma manera, consideró negativo cultivar la nostalgia del primero para criticar el Papa reinante, o quizás subrayar demasiado fuertemente las novedades introducidas por Francisco para despreciar la grandeza de Benedicto XVI.
"Hoy podemos decir que la decisión de Benedicto XVI de renunciar fue de verdad por el bien de la Iglesia. Su pontificado corría el riesgo de continuar lánguidamente sin las fuerzas necesarias para afrontar los grandes desafíos abiertos", señaló.
Ante la multitud de gente que llena la Plaza de San Pedro, ante tantos que parecen acercarse de nuevo a la Iglesia, nos acordamos aquello que Benedicto XVI decía: que la Iglesia, no obstante los tremendos problemas que debemos afrontar, es joven y viva", añadió.
Mientras el Papa Francisco goza de un gran consenso público se apresta a aplicar una profunda reforma de la Curia Romana, el aparato burocrático que permite el funcionamiento del Vaticano.
El gran desafío para él será el nombramiento del "primer ministro" de la Santa Sede, un nuevo secretario de Estado que sustituirá a Tarcisio Bertone, el cardenal italiano con más de 78 años que fue designado en ese puesto por Ratzinger. Ese cambio será seguido de una reforma que, observadores informados, consideran será radical y abrirá una nueva etapa en el gobierno central de la Iglesia católica.